Estudiar Grabado e Instalación era, para Elián Stolarsky, un paso necesario de la carrera. Egresada de Bellas Artes de la UdelaR, la artista obtuvo una beca en una universidad de Bélgica que la llevó a aprender algo que en Uruguay parecía muy específico, pero que en Europa la juntó con otros tantos entusiastas. Hoy está en España, preparando un proyecto artístico, pero no se considera una emigrada. Es algo temporal. Sin embargo, sabe que si el país no le permite vivir de lo que le gusta, tendrá que buscarlo afuera. Y eso, en el mundo del arte, es lo más probable.
A punto de recibirse, Pablo Balbuena se fue de au pair —a vivir y trabajar con una familia que lo contrató— a Irlanda. Meses después terminó empleado en el área informática de una multinacional en Dublín. Uruguay, dice, le había empezado a quedar chico. Carina Viera estudia arquitectura y querría vivir en España.
El mercado en Uruguay no le permitiría crecer porque para diseñar se necesita plata, y eso no sobra en este país. Lucas Sabatella se recibió a los 21 de ingeniero agrónomo. Antes de conseguir un trabajo, hace poco tiempo, había estado a punto de irse a Chile. Allí, lo esperaban posibles contactos para futuros emprendimientos y la incursión en un método de riego que se usa poco en Uruguay. Todavía sostiene la idea de viajar.
Estos jóvenes son o fueron estudiantes universitarios y tienen entre 20 y 30 años. Se formaron en Uruguay, pero la idea de irse del país se cruzó en sus caminos. Algunos tienen intereses que no encuentran oferta de formación de posgrado.
También están los que creen que Uruguay no les da oportunidades de crecer, así como los descontentos, los críticos, los que quieren experimentar y los que no tienen otra porque sus carreras lo exigen. Hoy, mucho más que antes, ingresar al mundo de los profesionales implica enfrentarse, en algún momento, a la posibilidad de irse.
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